Esta aventura empieza como todas, con un primer paso, que para mi mala suerte al parecer fue con el pie izquierdo. Empiezo a adentrarme en esta pequeña jungla formada por dos villas, Villa Consuelo y Villa Francisca. La fauna no podía ser más variada. Pululan entre las sombras motoconchos, huelecementos, drogadictos, traficantes, taxistas, líneas de guagua, línieas de carros de choferes sindicalizados, buhoneros, guagüeros, importadoras, fruteros, yaniquequeros, fritureros, celullars centers. Todos luchando por mantener su hegemonía, implantar su ley, encabezar la cadena alimenticia al devorar espacios públicos a un ritmo vertiginoso sin que nade pueda oponerse. Esta es la ley de la jungla, esta es la ley de “Villa”. La excusa es simpre la misma, “soy padre de familia y me la estoy buscando”. No hay una sola cuadra de esta jungla que no haya sido afectado por este grupo de rapaces que ya por cansancio se han hecho inmunes a las leyes.
Hoy estudiaremos a uno de estos grupos devoradores de hombres y familias completas, los “guagüeros”.
Estos pululan siempre en pareja por las calles. Uno funge como chofer y el otro como cobrador, de apariencia agresiva para mantener a raya a otros choferes públicos y privados cuando en maniobras dignas de cualquier espectáculo aéreo se atraviesan cruzando de un carril a otro según su propia necesidad, se detienen ante un semáforo en verde si necesita recoger pasajeros, los que casi nunca están ubicados en paradas y tienden a apropiarse de la mitad de las calles, pero este es otro tema.
La actividad empieza temprano. A las 6:00 am se escuchan sus aullidos, parecido al canto de guerra de los indios norteamericanos versión Hollywood. “Elevado, kilómetro nueve, alcarrizos, La Venta”. El silbido del “control”, rompe junto a estos gritos la tranquilidad mañanera y es señal para que salga a cazar la jauría. Mujeres uniformadas de oficina haladas por los brazos con la excusa de que la llevarán tienen que explicar que van derecho para que la suelten. Las que sí van por la ruta son escaneadas por su parte trasera mientras suben a las guaguas. Un último chequeo mientras se sientan a ver si “dan una oreja”. La guagua está casi llena, los pasajeros prefieren esperar la siguiente guagua para ir más cómodos. Es el momento de la oferta a los últimos de la fila para que suban en los infimos espacios de la voladora que quedan o tendrán que esperar a que la fila baje completa para accesar al vehículo que los llevará. El vehículo inmediatamente hace honor a su nombre. Sale “volando”.
Cercano al mediodía, despues de recorrer por cuarta vez el trayecto de la ruta asignada, los guagüeros buscan refugio en cualquier acera, bajo la sombra de cualquier árbol, que han pasado a ser, de hermosos detalles en los frentes de las casas y pulmones de la ciudad, a maldición de los residentes en “Villa’. Estos árboles atraen a toda clase de alimaña que busca en su sombra refugio temporal al inclemente sol. Sin camisa, ombligo al aire, sobre uno de los asientos de la guagua que ha sido desprendido para amueblar la improvisada sala, a las puertas de cualquier residencia, el guagüero come, acompañado de la última bachata, ocupando las aceras por lo que el peatón común debe solucitar el permiso a estos todopoderosos seres de la creación para ver si se dignan a permitir su paso.
Llega la hora de partir a cumplir con la segunda tanda. La voladora parte rauda no sin antes defecar de una manera casi exclusiva entre este tipo de criaturas. Estos desechos tienen la particularidad de que vienen embotellados, o empaquetado en un recipiente de foam desechable, lo que habla muy bien del desarrollo alcanzado por esta raza parecida al homosapiens, pero que tiene razgos de dioses todopoderosos y de bestias salvajes. Increíble combinación sólo encontrada entre las criaturas que ostentan su campo de caza en “Villa”.
Atrás queda el sometido vecino que tiene como único pensamiento el mudarse lejos, pero como única realidad la falta de recursos para lograrlo.
Hasta una próxima aventura.
Hoy estudiaremos a uno de estos grupos devoradores de hombres y familias completas, los “guagüeros”.
Estos pululan siempre en pareja por las calles. Uno funge como chofer y el otro como cobrador, de apariencia agresiva para mantener a raya a otros choferes públicos y privados cuando en maniobras dignas de cualquier espectáculo aéreo se atraviesan cruzando de un carril a otro según su propia necesidad, se detienen ante un semáforo en verde si necesita recoger pasajeros, los que casi nunca están ubicados en paradas y tienden a apropiarse de la mitad de las calles, pero este es otro tema.
La actividad empieza temprano. A las 6:00 am se escuchan sus aullidos, parecido al canto de guerra de los indios norteamericanos versión Hollywood. “Elevado, kilómetro nueve, alcarrizos, La Venta”. El silbido del “control”, rompe junto a estos gritos la tranquilidad mañanera y es señal para que salga a cazar la jauría. Mujeres uniformadas de oficina haladas por los brazos con la excusa de que la llevarán tienen que explicar que van derecho para que la suelten. Las que sí van por la ruta son escaneadas por su parte trasera mientras suben a las guaguas. Un último chequeo mientras se sientan a ver si “dan una oreja”. La guagua está casi llena, los pasajeros prefieren esperar la siguiente guagua para ir más cómodos. Es el momento de la oferta a los últimos de la fila para que suban en los infimos espacios de la voladora que quedan o tendrán que esperar a que la fila baje completa para accesar al vehículo que los llevará. El vehículo inmediatamente hace honor a su nombre. Sale “volando”.
Cercano al mediodía, despues de recorrer por cuarta vez el trayecto de la ruta asignada, los guagüeros buscan refugio en cualquier acera, bajo la sombra de cualquier árbol, que han pasado a ser, de hermosos detalles en los frentes de las casas y pulmones de la ciudad, a maldición de los residentes en “Villa’. Estos árboles atraen a toda clase de alimaña que busca en su sombra refugio temporal al inclemente sol. Sin camisa, ombligo al aire, sobre uno de los asientos de la guagua que ha sido desprendido para amueblar la improvisada sala, a las puertas de cualquier residencia, el guagüero come, acompañado de la última bachata, ocupando las aceras por lo que el peatón común debe solucitar el permiso a estos todopoderosos seres de la creación para ver si se dignan a permitir su paso.
Llega la hora de partir a cumplir con la segunda tanda. La voladora parte rauda no sin antes defecar de una manera casi exclusiva entre este tipo de criaturas. Estos desechos tienen la particularidad de que vienen embotellados, o empaquetado en un recipiente de foam desechable, lo que habla muy bien del desarrollo alcanzado por esta raza parecida al homosapiens, pero que tiene razgos de dioses todopoderosos y de bestias salvajes. Increíble combinación sólo encontrada entre las criaturas que ostentan su campo de caza en “Villa”.
Atrás queda el sometido vecino que tiene como único pensamiento el mudarse lejos, pero como única realidad la falta de recursos para lograrlo.
Hasta una próxima aventura.
1 comentario:
Ay las voladoras, no solo son un dolor de cabeza para la ciudadanía, sino tambien para el gobierno de turno.
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